En la novela romántica histórica son muy comunes las descripciones de los bellos vestidos que nuestras protagonistas lucen en los bailes y sus paseos. Hay escenas en las que acuden a la modista y se mandan hacer una colección de trajes para los diferentes momentos del día. En ocasiones es el caballero, el protagonista, el que hace tal regalo a la dama. Un regalo nada barato, que muestra la posición acaudalada del varón y le da prestigio a la dama en cuestión por la elegancia de la prenda y buenos tejidos. En novelas de época es frecuente ver a la protagonista subida a un pequeño pedestal redondo probándose vestidos o tejidos y telas modelados en su cuerpo.
La modista solía ser una mujer y preferiblemente francesa (dada la repercusión que todo lo parisino tenía en la moda; sobre todo a partir de cierto momento). Sin embargo, las cosas cambian a partir de 1857. Es entonces (en realidad unos años antes) cuando el nombre de la moda francesa lo ocupa un hombre, el modisto Frederick Worth.
En Esa locura llamada amor (Vergara, 2020), Inés, la protagonista no es una joven que busca un vestido bonito, sino que lo que quiere es ser diseñadora de modas y aprender del mejor, en la casa Worth.
¿Quién es Frederick Worth?
Su nombre está asociado a la moda y a la alta costura, con prestigio y elegancia. No en vano fue uno de los mejores modistos del siglo XIX. Nació en Inglaterra en el seno de una familia de clase media, acomodada, pero arruinada. Sus inicios laborales fueron muy tempranos, casi un púber, trabajó en dos casas de tejidos londinenses especializadas en pañerías y sedas, allí destacó como vendedor y aprendió el minucioso sistema de medidas, base del patronaje. Worth frecuentaba asiduamente la National Gallery y otras colecciones de arte para estudiar los retratos y sus vestidos, lo que más tarde le servirá para inspirarse.
Con apenas 20 años y pocos francos en el bolsillo se trasladó a París sin conocer el idioma. Al tiempo que se adaptaba a la lengua entró a trabajar en «La Maison Gagelin», la casa francesa de tejidos más importante de la época que, además, vendía todo tipo de artículos para la moda femenina. Llegó a primer dependiente, coincidió con el sueco Gustav Otto Bobergh, un rico pañero sueco y también conoció a quien se convertiría en su esposa: Maria Agustine Vernel. Durante años fue vendedor de mostrador y más tarde le encargaron las prendas ya confeccionadas: chales, capas, abrigos. Worth trabajaba en coordinación con la modelo. Mientras él relataba las maravillas de la prenda, la modelo la lucía con gracia y encanto.
Empezó a diseñar vestidos para su prometida que los lucía por la tienda, generando expectación. Así, el vendedor de tejidos se inicio en el arte del modelaje por amor.
Maria Agustine fue su musa, su modelo y su gran apoyo.
Se podría decir que como no encontraba prendas con las que vestirla que fueran lo suficientemente hermosas, lo suficientemente elegantes, empezó a crearlas.
Ella se paseaba por todos lados con ropa que él confeccionaba y la gente la admiraba por donde pasaba, al preguntarle siempre acababan diciéndole que querían un modelo igual. Tal fue el éxito que Worth empezó a dirigir una pequeña sección de costura a medida en Gagelin. En 1851, en la Exposición Universal de Londres, celebrada en el Palacio de Cristal, La Maison Gagelin participó presentando dos modelos de Worth y este consiguió la medalla de oro. En la siguiente Exposición, en 1855 volvió a ser premiado, dejando claro el liderazgo de la moda femenina parisina.
Pero a pesar del éxito cosechado, cuando buscó un mayor reconocimiento profesional y quiso unir su nombre al de Gagelin se lo negaron. Este rechazo para convertirse en socio fue el detonante de que se lanzara a una aventura empresarial como modisto.
En 1857, en la Rue de la Paix de París, Worth, junto con Gustav Otto Bobergh, al que había conocido años atrás, fundó una moderna sociedad: «La Maison Epeciale de Confection Worth y Bobergh» para la confección de «Vestidos y abrigos confeccionados. Trajes de noche y altas novedades». Doce años después, al finalizar el contrato con su socio, Bobergh regresó a su país natal y Worth siguió en solitario, ampliando más y más el éxito que había cosechado en menos de una década.
El éxito de Worth está en sus bellos diseños y en que fue el primero en firmar un modelo, como si fuera una obra de arte. Pronto las mujeres de mayor alcurnia de París y del mundo quisieron lucir un modelo suyo. La reina Maria Eugenia de Montijo era una de sus asiduas clientas.
Creó la Chambre de la Couture Parisienne, un lugar que protegía a los diseñadores (él mismo estaba cansado de que le copiaran los modelos) y donde se establecían los criterios para ser considerado un “Couturier”.
En Esa locura llamada amor. Inés quiere cumplir su sueño de aprender del mejor modisto parisino, Frederick Worth. Para entonces Worth hacía muchos años que había triunfado y sus diseños se vendían como la joya más preciada, pero trabajar y aprender en la casa Worth era sinónimo de calidad.
Inés ha conseguido dirigir su propia tienda de modas y quiere emular al modisto. Pero su padre supone un obstáculo; no obstante, este, le propone un reto: vender en tres días todos los pañuelos que ha confeccionado; si lo gana podrá cumplir su sueño. Para ello Inés se volverá atrevida, al ver que no podrá cumplir lo pactado enreda a un cliente para conseguirlo. Ese cliente será Gonzalo Losada y su encuentro, que se saldará con un beso, será el detonante de su historia.
La novela está llena de giros y otros subtemas que atrapan al lector para saber si al final Inés conseguirá su sueño y si el título de la novela es alguna premonición.
Esa locura llamada amor es la historia de un beso, de una pasión y de cómo a veces el amor se convierte en locura.
Hazte con ella aquí.
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